Autor | Eduardo BravoLa crisis del coronavirus ha modificado la vida cotidiana en casi todos los núcleos urbanos del mundo. Unos cambios que, lejos de ser puntuales, posiblemente transformen la forma de pensar, diseñar y habitar las ciudades en el futuro no muy lejano.En el momento actual de la pandemia, el mayor cambio al que se han tenido que enfrentar autoridades y ciudadanos es la distancia social. Solo con medidas profilácticas y aislamiento es posible llegar a controlar el contagio de la población. Sin embargo, la falta de certezas sobre el virus y su posible evolución han afectado al ánimo y el comportamiento de la personas.Como explica Patrick Condon, profesor en la cátedra James Taylor de la Facultad de Arquitectura de la British Columbia University, la población ha comenzado a desarrollar aprensión y miedo a sus semejantes, reacción que se manifiesta en cómo se relacionan esas personas entre sí y con su entorno. «El distanciamiento social está golpeando con fuerza a la gente. Se puede ver en los ojos temerosos de aquellos que caminan por las calles de las ciudades. De repente, las aceras estrechas resultan amenazantes y hay gente que cruza de acera para no encontrarse con otras personas en su camino», relata Condon.A esta sensación de cautela extrema se le suma, según el profesor canadiense, la inconsciencia de algunos ciudadanos que a día de hoy no perciben la dimensión el problema y todavía no respetan las distancias, participando en eventos sociales de todo tipo. A pesar de estas situaciones anómalas, cuando las restricciones a la movilidad se levanten, algo que se supone se producirá de manera paulatina, es previsible que la mayor parte de la población haya desarrollado cierta fobia a las relaciones sociales.
De ser así, esa actitud provocará que los ciudadanos sean reacios a frecuentar lugares en los que se puedan producir aglomeraciones de gente. Por ejemplo, salas de conciertos, estadios deportivos, bares, cines, teatros, restaurantes, museos o bibliotecas. Un miedo que tendrá su repercusión en el aspecto económico, modificará el tejido empresarial actual e incluso transformará las ciudades. Por una parte, los centros urbanos, habitualmente dedicados al sector servicios, verán disminuida la afluencia de visitantes, tanto locales como procedentes de otros países, y lo mismo sucederá con los centros comerciales con tiendas y lugares de ocio construidos en las periferias en los últimos años.En ese sentido, igual que se debilitarán ciertos sectores, otros, como el de la sanidad y todo lo que implica, se verán fortalecidos. Además de construir nuevas instalaciones, renovar las existentes y aumentar los recursos de los centros de salud, será necesario mejorar la coordinación de las diferentes administraciones sanitarias tanto a nivel local como regional e internacional.La crisis del coronavirus ha demostrado que es necesario establecer protocolos de actuación que prevean cómo deben operar, por ejemplo, las líneas aéreas de los diferentes países y sus servicios de inmigración a la hora de permitir la entrada de personas procedentes de lugares en los que se haya declarado una epidemia. Unos protocolos que deberán ser diseñados en colaboración con organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud o la Unión Europea, con objeto de conciliar las necesidades de salud pública con derechos fundamentales como la libertad deambulatoria. Tanto es así, que filósofos como Jürgen Habermas o Luigi Ferrajoli están abogando por la redacción de una Constitución Mundial.
¿Cómo será el impacto en el sistema de transporte urbano?



