Tecnología y educación equitativa: promesas y obstáculos de una revolución que empieza a vislumbrarse

Tecnología y educación equitativa: promesas y obstáculos de una revolución que empieza a vislumbrarse

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Autor | David Bravo

Desde principios de 2020, la pandemia de la COVID-19 ha transformado las vidas de ciudadanos de todo el mundo. Distancia social, nuevas rutinas de higiene, aforos reducidos y confinamientos parciales o totales han sido algunas de las medidas adoptadas por los gobiernos para evitar la propagación del virus.

A su vez, esas precauciones han obligado a tomar decisiones para poder continuar con actividades como la asistencia médica, la actividad económica y las obligaciones lectivas. De ese modo, gracias a internet y la telefonía móvil, se han podido realizar diagnósticos, teletrabajar o recibir educación a distancia. Unos servicios que ya se llevaban ensayando desde hacía tiempo, pero que fueron implementados con urgencia en ámbitos en los que no estaban demasiado desarrollados.

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Si bien los campus virtuales venían funcionando en la educación superior desde hacía años con diferentes grados de complejidad —desde poner a disposición de los alumnos la bibliografía de una materia, hasta tutorías o clases impartidas a través de videoconferencia—, la pandemia ha obligado extender esa educación virtual a prácticamente todos los niveles educativos.

Según datos de la UNESCO, más de 160 millones de niños han visto cómo sus escuelas cerraban por el COVID-19, 214 millones —uno de cada siete— han perdido más de tres cuartas partes de la educación presencial y más de 888 millones siguen sufriendo interrupciones en su educación. Incluso cuando se ha optado por las clases a distancia, la calidad de la enseñanza no siempre ha sido óptima.

La renta familiar, uno de los principales retos

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Como afirma Lucía Mendoza Castillo, de la Universidad Nacional Autónoma de México, «educación presencial y educación a distancia no son lo mismo. Si se piensa que son iguales por tratarse de educación, es un error». Según Mendoza, aunque tanto en la educación presencial como la impartida a distancia, el docente debe hacer una programación que pondere la materia a impartir y el tiempo disponible para ello, a la hora de aplicar ese temario el mecanismo es diferente en uno y otro caso. La diferencia principal radica en que la educación presencial permite modificar ese temario a tiempo real según la respuesta de los alumnos ante las explicaciones, ya que resulta muy sencillo detectar si el contenido está siendo comprendido o no.

En la educación a distancia, la relación entre el profesor y el alumno es menos fluida y además se suman diferentes condicionantes que la dificultan como, por ejemplo, la renta de las familias y su capacidad para acceder a los dispositivos tecnológicos.

Aunque son muchos los colegios que tienen bancos de libros de texto —bien porque apuestan por la economía circular, bien porque algunos de sus alumnos no pueden comprar libros nuevos cada año—, aún no se ha creado un sistema semejante para los aparatos tecnológicos o las conexiones a internet sin límite de datos.

Estonia muestra el camino

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Con motivo de la pandemia incluso se ha podido apreciar que familias con recursos suficientes para disponer de esa tecnología se han encontrado con que ha sido difícil conciliar los horarios de teletrabajo de los adultos con los de las clases online de los niños, y es que no había en la vivienda dispositivos suficientes para todos.

Para solucionar ese tipo de problemas relativos a la educación a distancia, es conveniente fijarse en políticas como las desarrolladas por Estonia.

A finales de los noventa, el país báltico comenzó una transformación de su sistema educativo para adaptarlo a las nuevas tecnologías que hizo que su posición en el informe PISA mejorase considerablemente. Para ello, además de crear materiales pensados expresamente para la educación online, puso en marcha programas para formar al profesorado en nuevas tecnologías, proporcionó a sus estudiantes un ordenador con conexión a internet y reconoció el acceso a la www como un derecho de los ciudadanos.

El caso de Estonia, un país desarrollado y tecnológicamente puntero, tal vez no sea exportable al resto del mundo, pero su experiencia puede resultar sumamente valiosa a la hora de poner en marcha políticas de forma más rápida y efectiva.

Imágenes | mohamed_hassan, AmrThele, aktechkpp2019, jagritparajuli99

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